Retroceso social

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POR EDUARDO SARMIENTO PALACIO /

La divulgación de las cuentas nacionales del primer semestre no tuvo mayor reacción de los organismos que predecían que la economía crecería en este año 3,6 %, incluso 4 %. Ninguna de las instituciones ha explicado las razones de la enorme diferencia entre las previsiones y la realidad. Por lo demás, no se han molestado en analizar la composición sectorial.

La industria, la agricultura, la construcción y la minería, que son los sectores de valor agregado y de riqueza, explican cerca del 1 % del crecimiento. En contraste, el comercio y el sector financiero explican casi la mitad del crecimiento del producto. En la práctica se trata de actividades rentísticas cuyos ingresos están representados en márgenes de intermediación y comercialización que nadie sabe de dónde provienen. En particular, se desconoce qué tanto se originan en importaciones y en valor agregado nacional.

El país lleva más de cinco años con una economía que crece menos que la tendencia histórica y los esfuerzos para levantarla fracasan persistentemente. El sistema evoluciona por debajo de lo previsto y las causas de la diferencia se desconocen. No se advierte que la diferencia obedece a la discrepancia entre la política macroeconómica y los fundamentos. La economía tiende a especializarse en la comercialización e intermediación. El liderazgo corre por cuenta del comercio y los bancos.

El crecimiento económico es uno de los indicadores más globales de la economía, porque recoge la totalidad de los ingresos de los sectores. Si bien el indicador incide en el capital y los altos ingresos, también capta los estados de los sectores de menores recursos. Los efectos del deterioro del crecimiento de los últimos cinco años han recaído principalmente en los sectores menos favorecidos.

El país no sale de las reformas tributarias para impulsar la economía, con resultados precarios; en un momento aumenta el déficit fiscal, en otro lo disminuye sin fundamentos económicos claros. No se ha entendido que el predominio de las importaciones interfiere con el funcionamiento macroeconómico y los determinantes del crecimiento económico. En particular, la política fiscal es inefectiva dentro del marco de tipos de cambio flexible y elevados déficits en cuenta corriente. Por lo demás, la economía tiende a especializarse en la comercialización e intermediación, que tienen menor productividad del trabajo. Las importaciones no solo desplazan el producto final, sino que lo desvertebran y solo dejan en el país el ensamble y la comercialización. El empleo y el salario se relegan a segundo plano.

Lo cierto es que la nueva estructura sectorial ha resultado inequitativa. El empleo evoluciona con índices negativos y los ingresos de los trabajadores cercanos a la línea de pobreza disminuyen con respecto al promedio. En el último año se perdieron un millón de empleos y todo parece indicar que el coeficiente de Gini de la distribución del ingreso subirá en un corto plazo.

No es fácil imaginar cómo se enfrentará el retroceso de la equidad. La Ley de Financiamiento redujo los impuestos del capital con respecto al trabajo. Los cuantiosos apoyos a las EPS se quedan en pirámides que operan con activos mayores que los pasivos. El cuantioso subsidio pensional recae en mayor proporción en los sectores de mayores ingresos. El 30 % más pobre obtiene menos del 12 % en los ingresos tributarios.

Estamos ante el fracaso de la apertura plena hacia adentro que no tiene correspondencia en exportaciones y se ha mantenido durante treinta años sin mayor conocimiento de causa. ¿Hasta aquí llegó el Consenso de Washington? Las rectificaciones deben empezar por una gran reforma de la estructura comercial y la adopción de una moderna política industrial.

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