octubre 4, 2023 2:52 pm
Palabras de la Alcaldesa Mayor de Bogotá (d), Clara López Obregón, en el acto de cierre de la urna bicentenaria

Palabras de la Alcaldesa Mayor de Bogotá (d), Clara López Obregón, en el acto de cierre de la urna bicentenaria

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La música que acabamos de escuchar nos define como pueblo. La gaita que viene de nuestros antepasados indígenas, el tambor que llegó con los africanos y el acordeón que heredamos de Europa y que mi hijo Federico me ha enseñado a querer tanto.

Instrumentos que unen a las viejas y nuevas generaciones de nuestra música.

Los Gaiteros de San Jacinto, compartiendo el escenario con los estudiantes de la Escuela Benposta, jóvenes de todas las partes del país que llegan a esta ciudad huyendo de la pobreza y de la violencia.

Pero también buscando esas oportunidades que a tantos en el país se les han negado.

No por los avatares de la suerte, sino porque nuestra sociedad es aún incapaz de darles libertad plena a todos los que nacen y viven en su seno, en nuestra querida Colombia.

Esta noche sellamos la Urna Bicentenaria, una instantánea de la Bogotá de hoy, de su aspiración como ciudad, de sus esperanzas y de su identidad para las generaciones del siglo 22.

Señor Presidente, que honor tenerlo acá entre nosotros. Hemos indagado entre los más conocedores de la historia de la Alcaldía Mayor y ¿sabe Usted que no hay registro histórico de la visita de un Presidente de Colombia a la Alcaldía?

Me enorgullece que seamos usted y yo, desde nuestras diferentes orillas, quienes pongamos fin a esa ausencia.

Con este acto estamos inaugurando el nuevo Edificio Bicentenario y su auditorio. Huitaca es su nombre, en honor a la diosa rebelde de nuestros antepasados muiscas. Me cautivó su historia.

Algunos dicen que fue la primera feminista de nuestras tierras. Otros, que seducía a los hombres con brebajes y lujuria. Huitaca era la luna, la que surge cuando desaparece el sol. La que nos guía en la noche, la que también representa el agua que nos da vida.

En fin para mi Huitaca es lo que somos: Seres imperfectos que buscamos ser mejores a pesar de nuestros errores y debilidades.

Nací el 12 de abril de 1950. Según el Instituto Poblacional de Naciones Unidas, soy la habitante número 2.526 millones 866 mil 333 del planeta. Hoy, el 29 de noviembre del 2011, somos más de siete mil millones de seres humanos.

Dentro de 100 años, fácilmente habremos sobrepasado la barrera de los diez mil millones. ¡Algo extraordinario! ¿No? Mientras digo estas palabras nacerán unas 10.000 personas más.

Aterrador quizás. Eso en un planeta donde estamos haciendo un uso inadecuado de los recursos, hasta tal punto que podremos agotarlos en poco tiempo.

El cambio climático enciende las alarmas de una inminente catástrofe y las crisis económicas dejan cada vez a más gente indignada, con hambre, en la incertidumbre de un futuro difícil de predecir.

Lo que está en discusión es si el camino que escogimos es el correcto o si debemos repensar la forma cómo se manejan nuestras naciones y el mundo.

¿Podemos seguir siendo una de las naciones más desiguales de la tierra?

¿Podemos seguir pensando que nuestro futuro depende de aplicar modelos económicos más parecidos a la ley de la selva que a la construcción de un proyecto de nación?

¿Podemos seguir soñando en el crecimiento infinito?
¿Cuando y cómo vamos a resolver este conflicto armado trágico e inmisericorde que completa ya más de 50 años?

¿Podemos seguir ignorando que la verdadera riqueza de Colombia es su gente?

¿Cuánto valor le ponemos a nuestra gente? Al parecer, no mucho. Un soldado nos cuesta 18 millones de pesos. Un preso 13. Un estudiante, menos de 4.

Eso no tiene lógica. Tenemos que redireccionar nuestros esfuerzos. Construir lo nuestro. Confiar en nuestra habilidad y buscar el bien de todos para acabar con esa desigualdad que envenena las relaciones humanas.

Pensar en grande, pensar hacia el futuro para crear una economía sólida, donde el desarrollo sea una cuestión de método y no de suerte. Donde el empresario prospere, y también el trabajador y el campesino.

No me cabe duda alguna de que la clave del desarrollo en Colombia está en la inversión en su gente.

Si tenemos gente más preparada, más saludable y más segura de sus capacidades, tendremos un país que gana más, que crea más y que prospera más. De nada sirve el crecimiento si lo que estamos haciendo es crecer en pobreza.

De poco sirve el trabajo si es un trabajo mal pago y sin formación. De nada sirve la educación si no ayuda a mejorar la productividad y la capacidad de los estudiantes a la vez que les abre los horizontes de las utopías.

Miren lo que la Administración Distrital ha logrado en Bogotá. En los últimos ocho años la pobreza en la capital se redujo a un tercio. Sacamos a casi 300,000 hogares de la pobreza.

 

En los últimos cuatro la ciudad ha logrado coberturas gratuitas en salud y educación que son objeto de estudio y admiración y Bogotá ha cumplido con gran parte de las metas del milenio. Todo esto manteniendo finanzas sanas, es más, con una reducción de la deuda pública.

Les confieso algo. Sé que en cien años, si acaso sólo seré un recuerdo. Pero como me gustaría ver que nuestros esfuerzos sirvieron para construir la Bogotá del futuro.

Que no vengan los economistas de cierta tendencia a decir que sólo restringiendo salarios se puede ser competitivo. Que no vengan los expertos a decirnos que lo social es un gasto y no una inversión.

O esos gurúes que nos aseguran que el capital es el único rey y que hay que rendirle homenaje. Hay otros caminos. Lo estamos demostrando.

Falta mucho trecho por recorrer, pero si no empezamos redefiniendo nuestro rumbo nunca vamos a llegar al país que queremos y necesitamos. Si no hacemos algo de fondo, que de verdad cambie la vida de nuestros pueblos, el descontento social no parará de crecer. Quienes llenan las plazas no lo hacen porque un día se levantaron con ganas de marchar. Lo hacen porque nuestras sociedades no les están dando la oportunidad de desarrollar a plenitud su potencial.

Piensen en un joven que dedicó cinco años de su vida para convertirse en ingeniero. Ese muchacho, cuando sale endeudado al mercado laboral, o no encuentra trabajo, o si logra conseguirlo, es mal pago y sin garantías de estabilidad futura.

Imaginen la frustración de ese joven. ¿Ustedes creen que un joven así, que viva en Nueva York o Madrid, en Paris o Tel Aviv, o en Bogotá, no siente y ganas de protestar?

Aunque las cosas no pinten de la mejor manera, siempre hay espacio para ser optimistas. Veo con esperanza el cambio que está pasando en el mundo de la tecnología.
Hay quienes dicen que en menos de 50 años la inteligencia artificial será una realidad y que de esta manera se encontrarán soluciones a muchos de los desafíos que enfrentamos.

Consideren su teléfono celular. Es un millón de veces más barato, un millón de veces más pequeño y mil veces más potente que el computador que usaba en mi universidad hace 40 años.

Ya hay robots trabajando con fines productivos y tristemente, también militares, 1.000 millones de personas usan una red social para hacer amigos y más de 30 mil personas tienen un implante artificial para combatir enfermedades como el Mal de Parkinson.

Definitivamente es cierto que nada envejece más rápido que el futuro.

Creo que es el momento para reflexionar si los planes que se han aplicado en el país han dejado las bases para progresar. Hoy no sólo está en juego el presente, lo está el futuro.

Y es ese futuro el que nos concierne esta noche al cerrar la Urna Bicentenaria. Sé que es normal como política o como persona pensar en qué legado deja uno con su vida y trayectoria. ¿Cómo nos recordarán?

¿Valió la pena existir?

En esta noche cuando cerremos la Urna Bicentenaria es inevitable imaginarse qué van a pensar nuestros compatriotas dentro de 100 años.

Yo creo que lo que dejemos para el futuro depende de lo que hagamos hoy.

No pensemos tanto en legados, más bien no desperdiciemos un momento del presente.

Yo no me pregunto si mi vida habrá válido la pena. Yo me dedico a hacer que cada momento de mi vida valga la pena.

Miro tantos rostros amigos hoy aquí presentes y me lleno de esperanza. Todos estamos jugando un papel en la búsqueda de soluciones.

Desde el empresario hasta la víctima del conflicto. Desde el indígena hasta la artista. Desde el servidor público hasta el estudiante.

Que esta noche, mientras celebramos el espíritu de Huitaca y nos contagiamos con la esperanza que representa la Urna Bicentenaria, reflexionemos sobre lo que somos y lo qué podemos ser.

Unámonos como hermanos, como país, como colombianos y colombianas, para que en una sola voz expresemos la fe que tenemos en nosotros mismos.

Muchas gracias.

Palacio Liévano, Bogotá, noviembre 29 de 2011.

clara_lopez_obregon[1]
Clara López Obregón
Senadora de la República 2022 - 2026 por el Pacto Histórico.
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