POR CLARA LÓPEZ OBREGÓN / SEMANA.COM
La apertura de la investigación de la Cámara de Representantes al presidente Donald Trump por utilizar el poder presidencial para favorecer su reelección es una prueba de fuego para la democracia norteamericana. Más allá de un pulso entre los dos partidos dominantes de los Estados Unidos, lo que está en juego es la capacidad de las instituciones de ese país para preservar el acuerdo constitucional que cobija a todos sus ciudadanos por igual.
Como en tantos países, incluido Colombia, la radicalización y polarización política representa un desafío para el correcto desempeño de las funciones de las instituciones políticas. Aún antes de que arranque la investigación, en muchos sectores se da por descontado que la mayoría demócrata de la cámara baja votará en favor de la remoción del presidente republicano, mientras que la mayoría republicana en el Senado cerrará filas alrededor de su presidente para impedir un desenlace negativo.
La solidaridad de cuerpo es aneja a los partidos políticos como a tantas instituciones como la milicia y la academia. Son pocos los miembros de una de tales instituciones que a primera vista aceptan que uno de los suyos ha cometido una infracción grave. Las razones de conveniencia, sin duda, pesan en todo proceso de decisión. Sin embargo, la pregunta relevante es, ¿hasta qué límite? ¿Puede el espíritu de cuerpo o la conveniencia encubrir actos de corrupción o fechorías? La respuesta obvia es negativa. Sin embargo, todo indica que los consensos éticos que gobernaban antaño estas difíciles coyunturas están siendo revaluados.
De más en más, priman las razones de conveniencia y de pertenencia de grupo sobre los principios que han mantenido vigorosa a la democracia. En el régimen constitucional norteamericano muchas de las reglas de conducta de los primeros mandatarios provienen de los usos y costumbres, comoquiera que la Constitución guarda silencio sobre los límites del poder presidencial. Una de tales reglas es el principio de contención descrito por Levitsky y Ziblatt en Cómo mueren las democracias, como “la idea de que los políticos deben moderarse a la hora de desplegar sus prerrogativas institucionales”. De no hacerlo, los presidentes podrían gobernar por decreto y hasta auto-indultarse.
El presidente Trump ha sido criticado por un ejercicio unilateral del poder a tal punto que el New York Times ha escrito editoriales instando al Congreso a exigir respeto por sus atribuciones. Reclaman, por ejemplo, que sea el legislativo y no el ejecutivo quien autorice la utilización de la fuerza en guerras foráneas y exigen la regulación del uso de las armas nucleares para que no dependa de la sola decisión personal del jefe de Estado.
Ahora los Estados Unidos debe abordar el examen público del uso de las facultades presidenciales en beneficio propio. Pedir colaboración al gobierno de Ucrania bajo el apremio de retener la ayuda militar aprobada por el Congreso para presionar la investigación de los negocios del hijo de su principal contrincante demócrata, el exvicepresidente Joe Biden, constituye un claro abuso de poder. El desafío para los dos partidos dominantes consiste en si son capaces de actuar conforme al consenso constitucional de exigir del presidente una conducta acorde con la tradición democrática o si persisten en la división por conveniencia partidista que impide hacer lo correcto.
Si la Cámara acusa al presidente ante el Senado, el Partido Republicano tendrá que decidir si se mantiene leal al partido o la Nación. En el caso de Richard Nixon, el presidente renunció ante la inminencia de su destitución por decisión bipartidista. Hay mucha semejanza entre los dos casos: ambos presidentes intentaron intervenir el proceso electoral para favorecer su reelección, ambos tuvieron que dar a conocer las grabaciones de la Casa Blanca que los comprometían y ambos fueron denunciados por alguien de su entorno que se sintió éticamente obligado a hablar.
Si los congresistas republicanos honran los consensos primigenios de su democracia de actuar conforme a la ética compartida como lo hicieron los denunciantes del abuso presidencial, la democracia ejemplar sobrevivirá a la polarización extrema. De lo contrario, sucumbirá ante una ética a la carta que terminará por minarla y eventualmente destruirla.